Estar conectada y a gusto con el propio cuerpo nos permitirá disfrutar más intensamente de nuestro placer sexual.
Para estar a gusto con nuestro cuerpo es necesario explorarlo, conocerlo y mimarlo. ¿Cuánto tiempo dedicamos las mujeres a ser consciente de las sensaciones que nos proporcionan una caricia, un olor, un sabor incluso un recuerdo en nuestro cuerpo?
Ser consciente del propio cuerpo significa mirarlo a través de nuestros ojos. Dicho de otro modo, significa preguntarnos ¿qué veo?, ¿Qué siento?
A lo largo de mucho tiempo la sociedad nos ha reforzado el culto al cuerpo, a su apariencia, a su cuidado, la necesidad de cuidar una imagen bella para dar placer, seducir o agradar a otro. Las grandes compañías de cosmética intentan continuamente hacernos ver a las mujeres la importancia de cuidar la piel, de resaltar unos labios sensuales, de aparecer “siempre joven”, de estar “siempre a punto”, tarea que para muchas resulta agotadora.
La presión social por un cuerpo “delgado” y perfecto conduce a una creciente desvalorización del propio cuerpo por el empeño de parecerse a un modelo o a un ideal casi siempre inalcanzable. Las consecuencias más graves de esta situación se aprecian en el alto porcentaje de nuestras adolescentes que enferman e incluso algunas pierden la vida, por la obsesión de mantener “la línea”.
No hemos aprendido a reconocer y a aceptar nuestro cuerpo, a vivir las sensaciones; más bien hemos aprendido a maquillarlo, depilarlo, adelgazarlo, “estirarlo”, etc. Sin darnos cuenta, nuestra atención se centra más en lucir bien que en sentirnos bien.
Esta continua lucha por lograr un cuerpo diseñado por y para los demás tiene una estrecha relación con nuestra vivencia sexual; estamos tan habituadas a preocuparnos por lo “exterior”, por parecer atractivas para nuestra pareja, que pocas veces nos paramos a pensar en lo que realmente estamos sintiendo; más bien vamos con el temor a ser rechazadas. Esto nos da una idea de porqué algunas mujeres viven su sexualidad como algo ajeno a ellas mismas.
Recuerdo a una paciente – no es un caso aislado- que decía estar obsesionada y sentirse acomplejada por el mucho vello que tenía en el cuerpo, sobre todo en las piernas.
Un día la visitó su amigo con quien le apetecía tener relaciones sexuales, pero a las que renunció al recordar que no se había depilado.
Si deseamos enriquecer nuestra vida sexual, hemos de intentar descubrir primero cómo reacciona nuestro cuerpo, dirigir nuestra atención a los mensajes que nos envía, a las sensaciones que nos transmite. Significa, en otras palabras, aprender a dejarnos llevar por nuestro cuerpo y no desperdiciar la oportunidad de disfrutarlo.